jueves, 6 de mayo de 2010

TALAVERA


Como todos los miércoles, allí estaba. Mirando a un lado y otro de la calle, esperando a que yo llegue, y me diga lo de siempre, que es muy tarde para abrir. A pesar de que, sabiendo lo que me esperaba, llegue un cuarto de hora antes de lo previsto. Y luego, sus excusas, que si tiene el reloj estropeado y le adelanta… Paquita tiene en su hoja de ruta tomarse la tensión a primera hora de la mañana de los miércoles, antes de llegar a su casa a tomarse la pastillita. A las ocho y cuarto en el bar de Paco, a tomarse su descafeinado y su media de mantequilla, y de allí directamente a la farmacia, sin pasar por su casa a lavarse los pocos dientes que aún le quedan.

Menos mal que en el barrio se aparca bien porque, a pesar de saber lo que me espera cada semana, no puedo evitar ponerme nervioso. Estas son las ventajas de trabajar en un barrio obrero: aparcas estupendamente cuando ellos ya se han ido al tajo.

Me da coraje ser tan servil, pero esto es lo que hay. Paquita, y otros como ella, siempre me amenazan con que tienen a la puerta de su casa otra farmacia, y no está la cosa para perder clientela, que a ver cómo pago yo el apartamento en la playa que se ha empeñado en comprar la jodía de mi señora. ¡Una oportunidad! Sí, sí, una oportunidad….puerta con puerta de mi suegra. Nunca hay dinero para nada, pero ésta sí que era una oportunidad. Mejor no seguir, que el día acaba de empezar.

El sol está empezando a pegar fuerte. Vaya cómo ha venido la primavera este año. Paquita se ha hecho a un lado de la reja, a donde todavía los rayos de sol no le alcanzan. No me está viendo llegar y se mira otra vez el reloj digital negro de los chinos que no estoy seguro de que entienda. Unas señoras vestidas de gitana me recuerdan que hoy sale la Hermandad del Rocío del barrio. Ni así perdona Paquita la tensión. No tiene interés por otra cosa que no sea su ruta habitual. Y en esa estoy yo, porque encima no quiere con nadie que no sea conmigo.

Su vestido con pintitas moradas de siempre, su arrugada bolsa del DÍA en la mano, donde guarda el monedero de croché, y su colgante al cuello con la foto de Fray Leopoldo. No falla. Ni siquiera sus zapatillas negras, con el dedo gordo del pie izquierdo asomando por el agujero. Aunque hoy trae otra bolsa grande. Con un cuadro, parece.

― Paquita…

― Hombre Agustinito, ya era hora de que llegaras. Se te han pegado las sábanas… ¿O es que… a tu mujer y a ti os gusta hacerlo por la mañana?

― Paquita, que son las nueve y cuarto, que todavía falta un cuarto de hora para que abramos.

― ¿Seguro? Será que el reloj se me adelanta otra vez. Voy a ir a ver al chino nada más que salga de que me tomes la tensión, para que me lo arregle otra vez. Me costó seis euros y nunca ha andado bien.

Me agacho a abrir los cerrojos de la persiana. La uña del pie de Paquita se le está clavando en la carne. Y con el colorcito que tiene, se le va a infectar.

― ¿No lo llevó a arreglar la semana pasada?

― Sí, pero el chino lo toquetea, empieza a decir unas cosas muy raras, y acaba diciéndome “ya está, ya está”, con su sonrisita. Y me lo ha dejado igual que estaba.

En ese momento, sale del portal de la casa Anita, la vecina del tercero, con el carro de la compra. El corazón se me acelera, al verla con su blusa blanca entreabierta, tras la que se adivinan esos pechos redondos de silicona que su marido le regaló al hacer cinco años de casados.

― Agustín ― es Ana quien me habla ―. A ver si cuando vuelva de la compra subes y me tomas la tensión. No sé si serán las cervicales ― sonríe.

Siento una gota de sudor, que me cae hasta el ombligo, cuando la veo alejarse hacia el supermercado. Abro la puerta de la farmacia y Paquita me sigue.

― Tenga usted cuidado, que esto está muy a oscuras.

Al momento, comienza a pitar la alarma.

― ¡Agustín, quita ese ruido, que me va a subir más la tensión!

Apago la alarma. Antes de encender las luces, me meto una caja de preservativos en el bolsillo. También voy a coger esa pastilla nueva que ha salido, la de la eyaculación precoz. No es que la necesite, pero la silicona…. Y por si acaso Eugenia me pide guerra esta noche cuando llegue a casa, me voy a llevar la Viagra más flojita.

Paquita se sienta a hacer tiempo para que le tome la tensión. Se le cae el cuadro al apoyarlo junto a la mesa y le cuesta trabajo volver a ponerlo en su sitio. Enciendo los ordenadores. Por la puerta entran Juani y Ernesto. Esto de que los empleados lleguen después que el jefe sólo se ve aquí. Juani está espléndida, como siempre. Pero eso que pienso no se puede volver a repetir, porque cualquier día me la lía, y tengo yo aquí a los sindicatos, y a mi cuñada con la papela del divorcio, que estas abogadas feministas no se cortan un pelo, y menos con la familia.

Me siento con Paquita, que se abre de piernas y se sube un poco la falda. Sus piernas blancas descubren unas varices pronunciadas que hacen juego con su vestido.

― Paquita, cierre las piernas, que se me va a resfriar….Y no me tiente, que uno es un hombre casado.

Juani le da una patada al cubo de la limpieza y desparrama parte del agua con jabón por el suelo de la farmacia. Seguro que me ha escuchado. Que se joda. Sin levantar la cabeza, retira el cubo y friega con energía aprovechando el agua derramada.

― Esta juventud no sabe lo que es limpiar ― me cuchichea Paquita ―. A ver si subes a mi casa y te enseño lo que es un buen fregao, Agustinito.

Paquita descubre sus escasos y renegridos dientes al reírse.

― Usted lo que tiene es que echarse un buen novio, que hay muchos que entran en la farmacia que están de muy buen ver.

― De ninguna manera ― a Paquita se le cambia la cara, y no es precisamente porque le esté apretando el aparato de la tensión.

― Cállese ahora, que le estoy tomando la tensión ― le contesto sin quitarme el fonendo de los oídos.

― Esos tíos son unos guarros. En el bar donde paro, en el del Paco, hay unos viejos que nada más que quieren tocarme las tetas cuando voy a desayunar.

Miro a la puerta y veo a Anita que llega a la puerta de la casa. Del carro de la compra saca unas zanahorias y me las enseña. Se le cae el MARCA, que habrá comprado para el marido. Sudo. Siento que el pantalón me aprieta. ¿Por qué no me pondría la bata desde el principio?

― Agustinito, ¿qué te ha pasado en el pito?

― Coño, Paquita, desde que se ha operado de cataratas además le ha dado por la poesía.

― ¿Y no hay nada de eso para mi?

― Paquita, que tiene que buscarse a alguien de su edad. Y así hacemos negocio usted y yo. La primera Viagra corre de mi cuenta.

Sin contestarme, abre la bolsa en la que guardaba el cuadro o lo que sea. Es su foto de novia. No parece ella.

― ¿Es usted, Paquita? Está muy guapa ahí.

― ¿Verdad que sí? Con lo feliz que yo iba, y como salió todo después, con el cerdo de mi marido.

― ¿Por qué dice eso?

― Porque después me enteré que era un guarro y un putero.

― ….

― El cura me lo contó. ¡Y no me lo dijo antes! Si lo llego a saber…

―…..

― Después de la noche de bodas, nunca más volví acostarme con él. Y así siguió hasta que se murió de una cosa mala. ¡Merecido se lo tenía!

Y yo que siempre había pensado que no tenía hijos por otra cosa. Y mira que estaba de buen ver, con esas pechuguitas…

Paquita se levanta. Se recompone el vestido y se abrocha un botón del pecho, que no había reparado en que estaba abierto.

― Hasta el miércoles. Y no llegues tarde, Agustinito.

Entro en la farmacia. Juani está subida a la escalera, limpiando el polvo a los botes de porcelana de la colección que me regalaron los de Bayer. Está en la misma postura en la que comenzó aquello. ¿Por qué tendré las manos tan largas?

Juani me mira de soslayo cuando entro en el cuarto de baño a retocarme un poco. Un poquito de colonia no me vendrá mal. Un buchito de colutorio, para tener la boca más fresquita. Y un retoque en el peinado, que hoy hace viento.

― Voy a ingresar al banco ― me excusé mientras hacía el paripé de ir hacia la caja fuerte.

Uno de los albarelos cae justo detrás de mí.

― Disculpe, don Agustín, ha sido sin querer.

Su mirada no era precisamente de disculpa. ¿Oleré mucho a colonia?

― Es que me acordé que usted fue al banco a ingresar ayer mismo. Y no habrá mucho dinero en la caja.

― No importa, tengo que ir al banco de todas formas. Era por aprovechar el paseo.

―…..

― Y no te preocupes por el albarelo. Al menos no era el de cerámica de Talavera.

Imposible no recordar aquellas guardias de noche con Juani. Hasta que el primer “te quiero” salió de su boca y se cortó todo.

Me doy la vuelta y me voy. Paquita todavía está en la puerta, justo en el portal, hablando con una vecina. No puedo llamar al timbre de Anita. Sigo en dirección del banco. Cruzo la calle. Me doy cuenta en ese momento que me he olvidado el móvil en la farmacia. Con tantos paquetes en los bolsillos…

No importa, para qué lo voy a necesitar. Aunque no me vendría mal para decirle a Anita que voy. Porque Paquita no se va de la puerta.

Me voy a tomar un café al bar de Paco, pero me doy la vuelta. Nunca me ha gustado besar a alguien con aliento a café.

Veo a Anita a través de la ventana. Le hago señas. Está en camisón. ¿O será que la veo como yo la quiero ver? De lo que estoy seguro es de que no está vestida como antes. Porque lo que lleva es celeste.

Sudo, pero no noto nada abajo. ¿Será que voy a pegar el gatillazo? ¿Y si me tomo la pastillita? Voy a pedirle un vaso de agua a Paco. O mejor, una Coca- Cola, para hacerle gasto. Que luego no diga. No quiero seguir dándole excusas para que vaya a la otra farmacia.

Parto el blister en el bolsillo y saco la pastilla. Antes de tomármela miro, no vaya a ser que coja la otra. Es la azul. No hay duda.

Paquita se va por fin. Me voy a un lado para cruzar, porque veo a Juani en uno de los escaparates. Llamo por el telefonillo. Los segundos que tarda en abrirme la puerta me parecen eternos. Entro despacio. El olor a garbanzos del portal me pone más nervioso. Llamo al ascensor. Entro justo cuando oigo bajar por el ascensor a alguien.

La puerta de Anita está entreabierta. Paso adentro. Ya noto los efectos de la pastillita azul. Me parece que voy a necesitar la otra. Maldita silicona.

La silicona ha podido conmigo. La próxima vez voy a tener que tomar ración doble. Bajo a toda prisa. Al salir, me encuentro a Paquita de nuevo en la puerta. La saludo entrando a toda prisa a la farmacia.

Veo a mi cuñada vestida de gitana en el mostrador de la farmacia. Lleva unos papeles en la mano y los palillos en la otra.

― Agustinito, que se te sale el pajarito ― oigo detrás de mí.

Me miro los pantalones. Un sonido a porcelana rota se escucha dentro de la farmacia.

jueves, 29 de abril de 2010

LA CONFESIÓN



Seré yo quien vaya a recogerlo a la estación. Esperaré a que salga por la puerta. Le abrazaré como si nada hubiera pasado. Me ofreceré a llevarle la maleta y le propondré que nos tomemos una cerveza allí mismo, mientras esperamos a que llegues. Le preguntaré por su trabajo, si la crisis les está afectando, si cree que Zapatero será capaz de arreglar la situación. Sé que tengo que ganar tiempo. Necesitaré tomarme al menos dos cervezas antes de tener valor para contárselo.

Seguro que en ese momento me preguntará cómo me está yendo a mí. Si en el banco van bien las cosas, o si sigo cenando todos los días fuera de casa. Como si no lo supiera, si es lo que hago desde enviudé de su madre. Él sabe bien que nunca tuve valor para volver entre aquellas paredes, a otra cosa que no fuese meterme directamente en la cama.

Empezaré por contarle que he conocido a una chica, bastante más joven que yo, aunque ella no quiera reconocerlo. Le diré que me he enamorado, aunque a él le pueda parecer una locura. Se reirá, pero se dará cuenta nada más que vea cómo voy vestido. Se percatará de que es cierto, porque la ropa que me elijes me ha quitado veinticinco años de encima, los que tú me llevas.

Creo que en ese momento le gustará la idea. Se quitará un peso de encima, porque así se liberará de cuidarme. Los hombres somos así, no queremos ataduras con nuestros padres. No sé si querrá que le hable de ti, si le apetecerá conocerte. A partir de ahí, necesitaré tener valor para hablarle de lo nuestro. Sé que me pedirá detalles, incluso puede que me gaste alguna broma sobre hermanitos, o Viagra…qué sé yo. Ya sabes cómo somos los hombres.

Tragaré saliva, se me secará la boca y me sudarán las manos. Notará algo en mi mirada. O en que no le miro cuando hablo. Ahí se acabará mi tiempo. Y espero poder mirarle a los ojos cuando le diga que su novia de toda la vida, ahora es mía.

viernes, 9 de abril de 2010

TE- AMO


Querido Melquiades:

Falta menos de un mes para nuestro aniversario de boda. Dieciocho años ya, desde que don Arnulfo, que Dios lo tenga a su lado, nos casó en Santa Anita. Cómo pasa el tiempo. Mejor dicho, cómo pasaba hasta que me vine para España, va para dos años. ¿Te acuerdas de la fiesta de los quince de Daisy? Fue la más triste que ninguno pudimos imaginar, sabiendo que los boletos para irme estaban listos para dos semanas después.

Hoy quería escribirte esta carta. He aprovechado que la señora y su esposo han venido a recoger a la mamá, doña Soledad, para dar una vueltica con ella y llevarla a donde sus hijos. Quería escribirte como te dije antes, porque me gustaría que pudieras tener esta carta antes de que llegue nuestro aniversario. Seguiré yendo al locutorio el sábado para hablar un ratico contigo, y para ver si encuentro en el chat a Daysita o a Henry, pero tenía ganas de ponerte estas letritas, como cuando estábamos de novios en Tambo Grande, nuestro pueblo querido.

Dirás que me volví loca, pero quería decirte cuánto te extraño, mi Melquiades querido. He apagado el celular para que tus llamadas no me distraigan. No te puedes imaginar lo que siento cuando oigo la vibración de tus llamadas perdidas en el bolsillo del delantal. Mi señora dice que soy muy llorona, pero no logro evitar que se me salten las lágrimas cuando escucho tus llamadas. Y aún más cuando te las respondo. Lo dejo sonar una, dos veces, y cuelgo. Te es el primer sonido; amo el segundo.

Mi señora dice que tiene una amiga que está buscando un guarda para su hacienda, y que te podría interesar, que va a hacer todo lo posible por que puedan hacerte los trámites. Tienes que convencer a los chicos, y nos volveríamos a juntar todos. Son ya dos años que no os veo, que no te siento, mi amor, que no nos abrazamos. Tienes que hablar con ellos. Con tu salario y el mío podríamos vivir bien acá. Ya no tendríamos que mandar tanta plata, ya sólo un poco para mi papá y mi mamá, pero ellos necesitan poco.

De repente quería escribirte para decirte lo que te amo y me sale esta carta. No importa. Te necesito, os necesito a todos conmigo. A veces pienso si ha merecido la pena el sacrificio. El trabajo no es malo, mi señora me tiene cariño y su mamá habla poco. Por las mañanas, después de bañar a doña Soledad, la saco al parque, y allí me junto con una characata, la señora Apolonia y otra de Piura. doña Aquilina, y juntas tomamos el sol con nuestras señoras y echamos nuestras lagrimitas, que los días dan para todo. Pero cuando entro en mi cuarto veo que de ustedes nomás que tengo sus fotos junto a la estampita del señor de los Milagros, al que le rezo todos los días por ustedes, y porque sea tan milagroso que nos pueda juntar de nuevo.

Estoy preocupada sobre todo por Henry. No debiste comprarle la motocicleta con el dinero que te envío. Me da miedo que haga el loco, que Lima es muy peligrosa para manejar. Y Daysita me dijo el otro día por el chat que tenía un enamorado. Tienes que saber quién es, y tenemos que convencerla de que se venga si sale tu empleo, porque el abogado de nuestra asociación de emigrantes dice, que si la niña cumple los dieciocho, ya no nos la podemos traer con nosotros.

Yo sé que si todos nos juntamos aquí la vida será otra. Y dejarás de tomar. Yo sé que los tragos son porque me extrañas y porque estás triste. Aquí no es fácil encontrar pisco, así que en cuanto puedas venirte dejarás de tomar, y tendrás de nuevo a tu Rosita para que te cuide.

Mi amor, te tengo que dejar ahora, porque prontito estará doña Soledad por acá. No tardan mucho en devolvérmela. Voy a alistarle sus remedios y calentarle su sopita. Encenderé el celular de nuevo y te haré una llamada perdida. Espero que me la devuelvas tú también.

Manda muchos saludos a nuestros vecinos. Diles que estoy bien, con muchas ganas de visitarles. Y muchos cariños a mi mamá y mi papá. Y a los chicos. Cuídense mucho, los extraño, los adoro, los amo con toda el alma. Que Dios les bendiga.

Tuya

Rosita

miércoles, 17 de marzo de 2010

RAMIREZ, EL DE LAS TELAS


Pepe Ramírez siempre apuntó muy alto en el colegio. No tanto en el terreno académico, que no pasaba de ser un alumno de esos que llamaban aplicado, como por su interés en codearse con los apellidos más ilustres de nuestra clase.

Su padre, un modesto vendedor de telas al por mayor en un gran almacén de la popular calle de Puente y Pellón, siempre quiso para su único hijo el mejor de los colegios, porque pensaba que esa era la vía más rápida para poder tener un porvenir mejor que el suyo. Y no tanto porque creyese en la educación como vía de ascenso social, sino por su afianzada convicción, según me confesó Pepe años más tarde, en que tener buenos contactos en las altas esferas sociales de Sevilla, era un seguro de vida personal y profesional.

Don José Ramírez padre nunca dudó en pagar lo que fuese, y en hacer todo tipo de sacrificios, por mantener a Pepito en los Cruzados de San Jorge. Quizás por eso nunca salieron de su modesto piso de las Siete Revueltas, un destartalado y frío apartamento alquilado en el que convivían Pepe, don José y su señora doña Encarnación, y la abuela materna doña Encarnita, junto a un canario canijo verde- amarillento llamado Cuqui, y que piaba, a decir de Pepe, cuando se le llamaba por su nombre.

Yo fui el único que alguna vez visitó su casa, sin duda porque sabía que ni mi casa ni mi familia éramos gran cosa, a pesar de nuestro apellido Alarcón. Es más, cuando teníamos que hacer trabajos por grupos, Pepe siempre ponía una excusa para que no fuese su casa la elegida. Además, porque habría que dejar a doña Encarnita encerrada en su cuarto, para que pudiésemos ocupar la mesa camilla de la salita de estar.

Recuerdo siempre nuestro interés por ir a casa de Yago Páez de la Lastra. Al principio era por la suculenta merienda que nos preparaba la señora del afamado doctor Páez, doña Pilar, por más señas Pero en cuanto nos hicimos más mayores fue Pilarín, la hermana de Yago, el motivo de nuestro interés.

Pilarín y sus pechos creciditos, que se adivinaban bajo el uniforme gris perla de las Hermanas Combonianas, fueron, he de reconocerlo, el motivo de mis primeras masturbaciones. No sé si fue igual para Ramírez, cuyo interés iba más allá de eso, ya que estuvo a punto de hablar con doña Pilar para solicitarle una relación formal con Pilarín, cuando la niña apenas tenía catorce años, por los quince de nosotros, y ya apuntaba al putón verbenero en que se convirtió no muchos años después. Menos mal que intervino don José, el padre de Pepe, para evitar lo que hubiera sido un espantoso ridículo. Y no por la madurez y amplitud de miras que se le supone a todo adulto, sino, y de eso también me enteré años más tarde, en la misa que se ofició por su alma en la Hermandad de Montesión, por una conversación en esa misma línea que mantuvieron doña Pilar y don José en la tienda de tejidos, aprovechando la compra de una tela para la fiesta de puesta de largo de Pilarín. La única, junto a su Primera Comunión, que pudo hacer de blanco en su vida.

Pilarín se casó de penalty con un Casasola de los de la Plaza de San Pedro, cuando no había cumplido los veinte años. Su hermano Yago acababa de salir de una granja de desintoxicación. De los primeros porros que comenzó a fumarse en aquel tiempo, pasó a cosas más fuertes cuando sus padres lo enviaron interno a un colegio de Extremadura. Una vez que vino, creo que para las vacaciones de Semana Santa, se llevó unas cuantas piezas de la cubertería de plata de su madre para comprar droga. Fue todo un escándalo. ¡Ay, aquellos primeros años de democracia!

Como iba diciendo, a doña Pilar no le pareció oportuno invitarnos más a su casa para hacer los deberes cerca de su hija. Al parecer, también dejó de frecuentar la tienda de tejidos en la que trabajaba don José. Fue entonces cuando los Ramírez cambiaron de estrategia, e inscribieron a su hijo en la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, reconocida en la ciudad por albergar a familias de Sevilla de toda la vida. Ellos eran de Montesión de toda la vida, porque los padres del señor Ramírez provenían de un corral de vecinos de la calle Feria. Sin embargo, a don José le parecía una hermandad demasiado popular, y quería que su hijo ingresase en otra más señorial. Lo cual no fue difícil, porque sabido es que, incluso en las de más alto postín, cualquier persona era bienvenida. Otra cosa sería entrar en la Junta de Gobierno, pero en eso no se podía pensar ahora, porque Pepe acababa de cumplir en aquel entonces quince añitos.

De esta forma, Pepe comenzó a frecuentar el Grupo Joven de la hermandad, en el que poco a poco fue integrándose. Recuerdo cómo introdujo en sus conversaciones conmigo la prolija terminología cofradiera: candelería, canasto, bambalinas, respiraderos, priostía, mayordomía, consiliario…También fue aficionándose al pescaíto frito y la cerveza, lo que, en aquella época, no estaba ni mucho menos mal visto. A don José tampoco le pareció mal, y más cuando escuchando a su hijo recitar de carrerilla la composición de la Junta de Gobierno, resonaban esos apellidos tan largos y reconocidos por cualquiera que tenga sus raíces en esta tierra. Esto hizo que Pepe empezase a coger unos kilos de más, adquiriendo su contorno esa redondez tan característica de ciertos capillitas, a la que se llegaba más que por sus devociones espirituales, por otras más apegadas a la tierra.

Por aquel entonces, dejamos de estar juntos en el colegio. Pepe repitió curso y le aconsejaron los Cruzados cambiar de aires. Ramírez y sin pedigrí, por mucho que don José tratara de que fuese lo contrario, no eran argumentos suficientes como para mantener en un colegio de su prestigio al hijo de un vendedor de telas.

Contra lo que yo pensaba, a don José no le causó un gran pesar aquello, ya que se había ilusionado mucho con las expectativas que su Pepito tenía en Pasión. El ahorro mensual que le supuso que su hijo pasase a una Academia, y luego a estudiar para perito mercantil, lo invirtió en alquilar todo el año un modesto chalet en Valencina, para poder pasar allí los largos veranos de la ciudad y los fines de semana que se terciasen.

El chalet de Valencina fue de gran provecho para todos, porque pasaban allí la época de vacaciones de verano del colegio, e incluso se atrevieron a celebrar alguna que otra Navidad, aprovechando la chimenea que había en el salón, dicho sea de paso, bastante más amplio e iluminado que el de las Siete Revueltas.

Pepe también le dio mucha utilidad en invierno, para hacer alguna que otra fiesta cofrade, que era muy celebrada por los capillitas. Con esa excusa también comenzó a llevarse a Merceditas, la hija del prioste, con la que disfrutó sus primeros escarceos en el amor, en el tálamo de don José y doña Encarnación. Y los últimos, porque no pasó mucho tiempo para que, dando justo honor al nombre de la Hermandad a la que tanto amor profesaban, Pepe le hiciera un barrigón a Merceditas. A pesar del intenso debate familiar acerca de ir a Londres a desembarazarse de tal incomodidad, el señor prioste y don José optaron por unirlos en santo matrimonio, que fue celebrado en la capilla de la Hermandad, eso sí a una cierta hora intempestiva, para evitar habladurías que no pudieron impedir.

Y de aquella pasión, nació nuestro homenajeado de hoy, Fernando José. Fernando por el padre de Merceditas y José por los Ramírez. Hoy casamos a Fernando José y me ha alegrado mucho que Pepe Ramírez me haya invitado, porque no me lo esperaba, porque, salvo en algunas misas de difuntos, nos hemos visto poco.

Fernando José ha sido fiel heredero de su abuelo. Aunque quizás no sea lo que el difunto don José hubiera querido, siempre uno siente orgullo de que alguien que lleve tu apellido continúe las tradiciones familiares. Fernando José y su futura esposa Samanta, trabajan de dependientes en Zara. Que yo sepa, no está embarazada

Por cierto, buenos pechos los de la novia.

jueves, 11 de marzo de 2010

VAMOS


From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 15:56

Siéntate. ¿Está todo listo?

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 15:56

Sí.

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 15:57

¿Crees que está vez lo podrás hacer?

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 15:58

Sí.

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 15:58

Te veo por la webcam con cara de cansado.

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 15:58

Son las pastillas.

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 15:59

¿Por qué has vuelto a llamarla?

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:00

Necesitaba hablar con ella, por última vez.

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 16:01

¿No crees que te ha hecho sufrir suficiente?


From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:01



From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 16:02

¿Entonces?

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:04

Estoy enamorado. Tú y yo lo sabemos. Solo quería despedirme, decirle lo que iba a hacer.

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 16:04

Y no te ha cogido el móvil.

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:05

No, estará ocupada.

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 16:05
O con ese cabrón que nos la quitó.

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:08

¿Qué más da?

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:10

Voy a escribir algo para papá y mamá.

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 16:10

¿Para qué vas a escribir nada? ¿Crees que con una cartita se van a sentir mejor?

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:11

Tienes razón, acabemos de una vez. Apago el ordenador.
From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 16:11

Vale.

From: noryb67@hotmail.com
To: byron76@hotmail.com 2010/03/ 05 16:15

¿Y no le podría escribir un correo a ella?

From: byron76@hotmail.com
To: noryb67@hotmail.com 2010/03/ 05 16:15
Déjala ya . Apaga el ordenador de una puta vez . Y llena la bañera de agua caliente.

No apaga el ordenador. Se levanta y se dirige a la cocina. Saca de la alacena la botella de ginebra y le da un trago. Va al cuarto de baño y deja correr el agua caliente en la bañera. Apoya la botella de ginebra junto a la pasta de dientes y se mira al espejo.

― Estás hecho una mierda, tío.
― Dale otro buche a la botella, te sentirás mejor.
― ¿Y si me devuelve la llamada?
― No te va a llamar.
― Pero ella me quería.
― Te quería. Tú lo has dicho. Pero ya no. Ahora está con otro. Y es posible que follando. ¿O no te acuerdas lo que le gustaba a esta hora, después de la siesta?

Coge la botella de ginebra y tira la jabonera y la pasta de dientes. Se agacha.
― ¿Qué más da?
El vaho va cubriendo el espejo. Pone el tapón de la bañera, y sigue para la cocina con la botella en la mano. Abre de nuevo la alacena.

― Tómate un par de Valiums.
― Mejor tres, y con otro trago de ginebra.
― Un mensaje en el móvil.
― No va a ser ella.
― ¿Por qué no?
― Es mi saldo de puntos en el móvil. Ya tengo para el iPhone.
― Te lo dije. No llamaría. Coge ya uno de los cuchillos nuevos que te compró en Ikea.
― ….
― Y quítate la ropa ya.

Le da un trago a la botella de ginebra y la deja sobre la mesa de la cocina, junto a la caja de Valium. Se lleva el cuchillo. Olvida cerrar el cajón de los cubiertos. Abre el frigorífico y coge el último Dan- Up que le quedaba. Le da un buen sorbo y lo pone junto a la ginebra.
Se quita la camisa y la tira en el pasillo. Se desabrocha los pantalones. Con un pie se pisa el talón del otro zapato para quitárselo. Lo lanza hacia delante y da en el cuadro de la lámina de Andy Warhol que compraron el día de los cuchillos. Se cae al suelo y salta en pedazos el cristal que la protegía.
Se quita los pantalones en el cuarto de baño, los calcetines, la ropa interior. Nota la humedad del ambiente. Mira al espejo, pero ya no se puede ver ni su sombra.

― Vamos, entra en la bañera.

Se vuelve sobre sus pasos, y recoge la ropa que ha ido dejando tirada. La mete en el bombo de la ropa sucia.
Entra en la bañera. El agua está muy caliente. Poco a poco su cuerpo se va haciendo a la temperatura del agua. Pone el cuchillo sobre su muñeca izquierda. Observa el moho de la pintura del techo.
Suena el móvil en la sala de estar.
Salta el contestador.

ESTO ES PARA TI


martes, 9 de marzo de 2010

LA HERENCIA


― Ya casi estamos, don Eulogio.

El carril de entrada a Las Covanillas está peor que la última vez que vine por aquí. Es cierto de esto hace ya muchos años, y que las lluvias de este invierno han sido fuertes. Pero si mi primo Gerardo estuviera mejor de salud, no habría consentido tanto descuido. Hemos tenido que salirnos varias veces de la senda, para evitar los socavones. Y la maleza se enmaraña entre los alambres de las lindes. Casi no se ve el ganado pastando.

El chófer baja del coche para abrir la verja de entrada al cortijo. Un galgo sucio y desgarbado, detiene su camino para observar nuestra llegada. Un niño de no más de tres años, nos mira desde el otro lado de la puerta. Sale corriendo al llamarle su madre, la mujer del guarda, que abre habichuelas a la puerta de la casa. El mastín que está amarrado en su caseta, se despereza para recibirnos con ladridos.

Atravesamos con el coche el patio del cortijo y todo cambia. La casa luce recién encalada para la Cuaresma. El color ocre de los zócalos está sin un descascarillado. Los geranios que decoran el pozo crecen fuertes.

Miro hacia la entrada. El sol cae ya tras el olivar. Las ramas más altas brillan por los últimos rayos del atardecer. Colores blancos y dorados, de la casa, del albero y del campo, parecen llevarme al paraíso. El niño vuelve a sus juegos y ningún sonido, salvo el del viento sobre las ramas de los árboles, se hace ya notar.

A un lado del banco de la entrada, se amontonan algunos ejemplares del “Arriba”, que también sirven para que una de las criadas saque brillo a los cristales.

Sale a recibirme Casilda, la mujer de mi primo:

― Pasa Eulogio. Gerardo está sentado junto a la chimenea.

La tos de Gerardo se escucha desde la entrada. Casilda fue a dejar mi sombrero en la percha y me sigue hasta donde está su marido. Me acerco a saludarlo, pero un ataque de tos, y su mano indicándome que me sentase, impiden que lo haga. Me siento frente a él, al otro lado de la chimenea. En medio, de pie, Casilda espera.

― Trae algo de comer y de beber para el primo.

Casilda se da la vuelta, sin preguntarme siquiera lo que me apetece.

― Y dejadnos solos.

Gerardo no se anda con preámbulos. Ni siquiera me pregunta por Pastora o por las niñas. ¿Sabría que tenía dos niñas?

― Eulogio, me estoy muriendo.

― No digas eso, primo, no tiene que...

― Déjate de tonterías, Eulogio, que no tengo mucho tiempo.

Tal y como se dice en el pueblo, es verdad que se está muriendo. Lo encuentro realmente envejecido. Habría perdido por lo menos quince kilos desde la última vez que lo ví, cuando murió madre hace cinco años. Nunca nos llevamos mal, pero tampoco tuvimos la oportunidad de llevarnos bien. El primo rico nunca tuvo tiempo de ver al primo pobre. Aunque siempre nos compraban cosas en nuestra tienda de tejidos, nunca eran ellos quienes venían. Pagaban, eso sí, religiosamente, y nunca aceptaron que les hiciésemos un descuento.

― Don Higinio me ha dicho que mis bronquios no van a servirme mucho tiempo más. Quiero arreglar mis cosas cuanto antes. Por eso te he mandado llamar.

La tos y la entrada de Casilda interrumpen la conversación. Una botella de vino tinto a medio llenar y el tapón casi colgando, dos vasos y un plato de jamón con unas rebanadas de pan, es lo que Casilda trae en la bandeja.

Sirvo dos copas de tinto. Tomo un poco por no desairar a mi primo. No me apetece. Gerardo esperó a que su mujer saliese de la habitación.

― Me muero sin que Casilda me haya dado descendencia.

Recuerdo entonces lo que siempre se ha dicho en el pueblo. Que el padre de Juanillo, el hijo de la mayor de Los Chamelos, era mi primo Gerardo. Ni me inmuto, no fuera a leer mis pensamientos.

― Por eso quiero hablar contigo.

Ahora sí que le pego un buen sorbo al vaso de tinto.

― Quiero adoptar a tu hija mayor. Quiero que sea mi heredera.

Ahora soy yo quien toso.

― Pero....

― Ni peros ni nada, Eulogio. No quiero que ningún hijo de puta se haga dueño de Las Covanillas.

― No entiendo nada, primo.

Gerardo mira hacia la entrada y me pide que le sirva otra copa de vino.

― Basilia, la de Los Chamelos, la que trabajó aquí. Esa hija de rojos de mala madre. ¿Te acuerdas de ella?

No podía decir que no. En Cavaluengas nos conocemos todos.

― Va diciendo por ahí que soy el padre de su hijo.

Se hace el silencio. No me atrevo a preguntarle, me siento incapaz ni de mirar a otro lado que no fuese a su cara, que había perdido su anterior color macilento, para enrojecerse de ira. Gerardo trata de coger aire.

― Y lo peor de todo, es que puedo serlo.

Y seguro que lo es. Todo el mundo en el pueblo lo sabe. Juanillo tenía las mismas orejas picudas de todos los Riestra.

― No quiero que se llene de rojos esta casa, ¿me entiendes?

Gerardo vuelve a toser. Más fuerte que antes. Casilda vino con un vaso de agua, mientras yo miro a mi alrededor. Las cabezas de ciervo de las paredes, el aparador de caoba con la vajilla decorada que tanto le gustaba a Pastora.

Gerardo se calma. Casilda sale de nuevo de la sala.

― Tenemos que hacer los trámites ya. Y tiene que venirse a vivir aquí. Cuanto antes.

― ¿Y al muchacho ese, no le quedará nada?

A Gerardo le brillan los ojos de pura rabia.

― Olvídate del hijo de la Basilia. Ese hijo de puta no es mío. ¡Métetelo en la cabeza!

Grita, sin importarle quien se enterase. Luego, pierde su mirada en la pared. Se serena

― Nunca debí haberla.... ― había bajado la voz, pero aún así, vuelve a toser.

Ya no quiere seguir la conversación por donde iba.

― Vete ya y tráeme a tu hija mayor cuanto antes. ¿Cómo dices que se llama?

― Elvira, como abuela.

Casilda sale a mi encuentro para darme el sombrero. Se despide de mí. Se ha hecho de noche. Antes de subir al coche, miro la casa. Pienso si el zócalo quedaría también bonito en rojo bermellón. Mañana será un buen momento para decirle a Elvira que no me gusta que le siga hablando a Antonio, el niño de la panadería.