Seré yo quien vaya a recogerlo a la estación. Esperaré a que salga por la puerta. Le abrazaré como si nada hubiera pasado. Me ofreceré a llevarle la maleta y le propondré que nos tomemos una cerveza allí mismo, mientras esperamos a que llegues. Le preguntaré por su trabajo, si la crisis les está afectando, si cree que Zapatero será capaz de arreglar la situación. Sé que tengo que ganar tiempo. Necesitaré tomarme al menos dos cervezas antes de tener valor para contárselo.
Seguro que en ese momento me preguntará cómo me está yendo a mí. Si en el banco van bien las cosas, o si sigo cenando todos los días fuera de casa. Como si no lo supiera, si es lo que hago desde enviudé de su madre. Él sabe bien que nunca tuve valor para volver entre aquellas paredes, a otra cosa que no fuese meterme directamente en la cama.
Empezaré por contarle que he conocido a una chica, bastante más joven que yo, aunque ella no quiera reconocerlo. Le diré que me he enamorado, aunque a él le pueda parecer una locura. Se reirá, pero se dará cuenta nada más que vea cómo voy vestido. Se percatará de que es cierto, porque la ropa que me elijes me ha quitado veinticinco años de encima, los que tú me llevas.
Creo que en ese momento le gustará la idea. Se quitará un peso de encima, porque así se liberará de cuidarme. Los hombres somos así, no queremos ataduras con nuestros padres. No sé si querrá que le hable de ti, si le apetecerá conocerte. A partir de ahí, necesitaré tener valor para hablarle de lo nuestro. Sé que me pedirá detalles, incluso puede que me gaste alguna broma sobre hermanitos, o Viagra…qué sé yo. Ya sabes cómo somos los hombres.
Tragaré saliva, se me secará la boca y me sudarán las manos. Notará algo en mi mirada. O en que no le miro cuando hablo. Ahí se acabará mi tiempo. Y espero poder mirarle a los ojos cuando le diga que su novia de toda la vida, ahora es mía.
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