Hay fiestas por las que la ciudad de Sevilla es muy conocida: la Semana Santa y la Feria. Sin embargo, hay otras celebraciones que no lo son tanto, que atraen menos turistas y, todo hay que decirlo, atrae menos a esos sevillanos a los que solo les interesan las fiestas como excusa para juerga ajena a lo que se celebra. Entre las fiestas religiosas más íntimas, pueden estar la solemne procesión del Corpus Christi, o la de la Virgen de los Reyes el 15 de agosto. Sin embargo, hay para mí un día muy especial a lo largo del año, que se celebra en uno de sus primeros días, el 5 de enero, y que es la Cabalgata de Reyes Magos.
En España, al igual que en México o la República Dominicana, los regalos no los trae Papa Noel, Santa Claus o el Niño Jesús, sino sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, que llegan con sus cortejos la tarde del 5 de enero, para dejar por la noche sus regalos en las casas, ayudados por sus pajes, y el inestimable apoyo logístico de sus camellos. Debido al esfuerzo tan grande que hacen, los niños, que dejan sus zapatos en el salón de su casa para que sepan dónde dejar los juguetes, también les ponen algo de comida y agua para los animales, que casi siempre son consumidas, al menos en parte.
Los sevillanos reciben a los Reyes, que vienen en una cabalgata junto a muchos personajes de ficción, como Blancanieves, El Quijote, Indiana Jones o Bob Esponja, junto a la Estrella de la Ilusión, que comanda el cortejo, el Mago Merlín y multitud de pajes que, a pesar del trabajo que les queda en esa noche, no dejan de cantar y bailar, animando a todos los que acuden a verlos. Se lanzan caramelos durante las ocho horas que dura la cabalgata, y niños y mayores se desviven por ser los que más recogen.
Dicen que es una fiesta para los niños, y por eso es una fiesta para todos. Es el único día del año en el que los más de setecientos mil habitantes de la ciudad se vuelven niños. Únicamente se pueden distinguir los niños unos de otros, porque unos son más altos y otros más bajitos, unos tienen barba o peinan canas, y otros están repeinados por sus madres.
Sevilla rejuvenece ese día. Por unas horas, se olvida de su sentimiento de derrota como ciudad, de su añoranza por un pasado glorioso que fue, y del que tan solo quedan sus tradiciones. Unas tradiciones amenazadas por la mediocridad de los que las rodean y por el capitalismo que todo lo mercantiliza, incluso la pasión y muerte de Jesucristo.
Por un día, los sevillanos dejan a un lado su muerte lenta como ciudadanos, y sacan a relucir la energía inagotable de los niños, su alegría y sus ganas de vivir.
Sevilla es el día de la Cabalgata de Reyes esperanza de resurrección. No todo está perdido. Tras la mediocridad de sus dirigentes, la pobreza de su sociedad civil, la miseria y la envidia pueblerina de muchos, la cortedad de miras de otros, o el empequeñecido mundo en el que viven sus reyezuelos de tres al cuarto, hay una Sevilla que dice el día 5 de enero que no todo está perdido. Que la energía vital, que sólo se vive el resto del año en sus barrios más olvidados, puede volver a impregnar la ciudad. Y que la gente que cada día intenta abrirse paso por lo que es, algún día se le respetará por ello. El día 5 es la victoria del pueblo olvidado de Sevilla, que contagia de alegría a sus reyezuelos, a su cincuenta familias de toda la vida y a las otras cinco mil que se dan patadas en el culo por ser parte de esas cincuenta.
Si los sevillanos quieren otra Sevilla, deberán vivir como si todos los días fuesen 5 de enero.
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