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Al principio, la ansiedad le atenazaba, sin dejarle tan siquiera razonar. No sabía por qué resultó así, qué fue lo que pasó. No lo podía entender, jamás pensó que a él, al gran empresario de éxito, a la estrella de las finanzas Rubén García, le tocara alguna vez perder.
En el Banco, las noticias no habían podido ser peores. Se acabó, no hay salida. No se imaginaba cómo había podido pasarle a él. Había visto a tanta gente caer, pero siempre se decía: «Rubén, esto no va contigo, tú no eres tan imbécil como ese. Tienes olfato, amigo, y siempre te llevará a tomar la decisión correcta».
Había tocado ya todas las puertas posibles, todo estaba perdido. Se había dado cuenta perfectamente cuando en el Banco, el director dejó de llamarle don Rubén:
― García, la cosa está muy mal. No podemos tapar más esta situación. Los que llevan los impagos me tienen atado de pies y manos. Espero que pueda arreglarlo. Ya sé que otras veces ha salido, pero esta vez la situación es distinta.
Por eso, al día siguiente, cuando Luisa, preocupada, le preguntó por qué no salía un día más a trabajar, se sentía sin fuerzas para tratar de explicar lo que había pasado:
― Amor mío, ¿qué te pasa? Tienes que reaccionar, no puedes seguir así por más tiempo.
Para Rubén poco parecía importarle seguir así, no había respuesta a la pregunta. Ya había tirado definitivamente la toalla. Nada quedaba de su ímpetu de otros tiempos, era del todo incapaz de contestar con un mínimo de coherencia, de sentido.
Además, lo de menos era Luisa. Ella nunca supo nada, ni antes ni después de la boda. Siempre le tuvo por un empresario de éxito y honrado. ¡Como si eso fuese posible! ― ironizaba su marido a solas, al recordar estas alabanzas.
Guapa y tonta, la combinación perfecta ― ésa fue la elección de Rubén, un adorno más a su imagen pública.
Primero pensó que la crisis nunca llegaría, o al menos, sabría dar el salto a tiempo. Así le fue en el 92, cuando la Expo y las Olimpiadas; y así también le fue cuando lo de las telecomunicaciones. Incluso pudo dar el pelotazo con Endesa, no hace tanto tiempo. Siempre le fue bien, estaba orgulloso de lo que había aprendido de su padre:
― Hijo mío, en el mundo hay dos clases de personas, las que están cerca del poder, y las que se enfrentan a él. Elige siempre estar entre los primeros. No te importe, no pienses otra cosa. Incluso si quieres intentar cambiar el mundo, está dentro. Sin mojarte, pero dentro, porque a veces ahí también hay sobresaltos. Que te dé tiempo a irte si hace falta, para que nadie te diga nada cuando puedas regresar.
Y bien que le hizo caso siempre. Nunca importó que su padre hubiera hecho muchos negocios durante la dictadura, construyendo las colmenas de los extrarradios para gente humilde, y así aprovechar los golosos terrenos donde vivían, estercoleros inmundos en los que hacer casas para los nuevos ricos que nos traía el progreso.
Incluso había pensado que, en memoria de su padre, debería meterse en esos proyectos nuevos que están saliendo, de tirar aquellas viviendas sociales y volverlas a construir, ya con su ascensor y alguna comodidad más. Estaba en el sitio, el mismo negocio, pero cambiando el yugo y las flechas de los portales por la propaganda del gobierno que toque. Total, qué más da.
¿Pero por qué no podía en este momento ni vestirse? ¿Por qué ahora pasaba las horas en pijama, sentado junto a la ventana de su habitación, con la cabeza apoyada sobre el cristal y la mirada perdida en la lejanía?
La culpa es de Zapatero por ocultar la crisis. La culpa es de Bush, por meterse en la guerra de Irak y aumentar el precio del petróleo. No, la culpa es de los chinos y de los indios, que están fabricando todo muy barato y sin respetar los derechos humanos de los trabajadores. No, la culpa es de los emigrantes, que no se vuelven a su casa y quitan el trabajo a los nuestros. La culpa es del PP, por tener a ese inepto de Rajoy, que no ha sido capaz de vencer a ese tonto con iniciativa que es el Presidente
Estaba haciendo como tanta gente, como tantas veces había visto a hacer a otros perdedores. Estaba echando su propia mierda a otros. En algún momento de indeseada lucidez, había pensado que el mundo se encontraba en crisis de ideologías y que eso le podría seguir facilitando las cosas. Pensaba que, como todos eran iguales, en política bastaba con llenar de mierda, o de sangre según toque, al contrario, y así provocar la ansiada diferenciación. Por eso los socialistas tachaban de franquistas a la derecha, o estos acusaban a aquellos de volver a la época de la guerra civil; o los que, en el plano internacional, decían que McCain tenía las manos manchadas de sangre, o que Obama era lo que fuera. «Mejor para mi»― pensaba frotándose las manos.
Por eso sintió escalofríos la primera vez que se vio echando a otros la mierda de su desgracia. Por primera vez pensó que podía estar convirtiéndose en un perdedor. Al principio no le dio mucha importancia, cualquiera tiene una crisis pasajera, incluso Rubén García. Pero cuando ese pensamiento se hizo cada vez más y más presente, se dio cuenta de que algo nuevo, y no demasiado bueno por cierto, estaba empezando a pasar.
El Ibex- 35 se estaba yendo a tomar por culo. Los chinos ganaban concursos para extraer minerales en África a las empresas europeas y norteamericanas. Los indios se están quedando con el mercado de fabricación de medicamentos, Brasil crece y crece, cada día nos invaden más cayucos….Todos sus pensamientos se iban tornaban cada día más negros. Lo que antes era una oportunidad de negocio, aprovechar la desgracia ajena para comprar en ventaja, hoy era una inyección más de angustia que le impregnaba los tuétanos.
Y todo se terminó. Se acabaron los restaurantes de lujo, los coches, las juergas. Se acabaron los amigos, las vacaciones exóticas. Se acabaron las fotos en los periódicos, se acabaron las obras de caridad que tan bien tapaban otras cosas. Seguirán existiendo restaurantes de lujo, coches y juergas, o las fotos en los periódicos y vacaciones exóticas. Se seguirán haciendo obras de caridad, pero otros serán quienes estén y pinten la mona.
De pequeño, le encantaba el juego de la escoba. Un poquito de música, parejas pasándose la escoba y…. ¡pum! Quien tenía la escoba al pararse la melodía, perdía. Qué bien que lo entendió cuando se dedicó a los negocios.
Comprar un terreno barato sin pagarlo, y vender pronto y caro; comprar otro, pasarlo, invertir,…y así hasta hoy.
La lástima es que la escoba esta vez ― ¡qué mala suerte! ― quedó en sus manos cuando se detuvo “la música de la construcción” y, por una vez, perdió.
Luisa nunca supo nada, y por eso no pensó en darle explicaciones. Ni se acordó de ella cuando abrió el cajón de su despacho, quitó el seguro de su Smith & Wesson y se la acercó a su sien.www.manuelmachuca.com
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