jueves, 6 de noviembre de 2008

EL BARCO DE LA ESPERANZA


“Todos fueron entrando al barco…
Mi poesía en su lucha había logrado encontrarles patria.
Y me sentí orgulloso”.


Pablo Neruda
Los españoles del “Winnipeg”

El 3 de septiembre de 1939 atracó en el puerto chileno de Valparaíso el barco de bandera francesa Winnipeg, en el que más de dos mil refugiados españoles huían de la recién perdida guerra civil. Dejaban los campos de refugiados del sur de Francia, para buscar una nueva patria en la que reiniciar sus vidas.
Españoles que eran; españoles que dejaron de serlo. La limpieza ideológica que producía una innoble guerra no sólo afectaba a los muertos, sino también a los que dejaban de ser parte de la tierra a la que siempre habían pertenecido.
Ahora que nos preguntamos dónde están nuestros muertos de la guerra civil, cómo honrarlos, de qué forma reparar el dolor de la pérdida, también podemos cuestionarnos acerca del paradero de otros españoles, que lo fueron tanto como nosotros, y que ya no lo son, si pensamos que patria es igual a pasaporte.
Han pasado sesenta y siete años desde que el Winnipeg llegó a Chile. Hoy podemos decir, como el eslogan desarrollista de los años sesenta, que Spain is different, y que poco se parece a la de aquellos tristes años y los que siguieron. Somos un país pujante, en constante crecimiento y desarrollo, que parece que deja atrás esa miseria, madre de todas las desgracias que endémicamente nos asolaron.
A principios de 2007, son muy distintos los problemas de los españoles (de pasaporte). El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) vuelve a señalar que la inmigración es, por delante del paro o el terrorismo, el principal problema de nuestra sociedad. Un 49% de los encuestados así lo destaca, si bien este porcentaje ha bajado respecto a los anteriores.
Conviene recordar sucesos de otra época que nos ayuden a analizar en su justa medida los hechos actuales. Porque tampoco para Chile fue fácil admitir emigrantes españoles, presuntos guerrilleros comunistas, gente conflictiva que podía poner en peligro la estabilidad del país y su bienestar. Por eso, resulta interesante bucear en el diario de sesiones del Parlamento chileno de aquellos tiempos, o en sus hemerotecas. Quizás podamos vernos retratados muchos años después. Ya se dice que dijo Churchill: “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”.
Es probable que la historia que refleja el libro “Los españoles del Winnipeg. El barco de la esperanza”, del entonces pasajero Jaime Ferrer Mir nos ayude a descifrar estas dudas.
Apenas un mes antes de la llegada del barco a Chile El Diario Ilustrado declaraba en su editorial:
«Pedimos al Gobierno ― hace dos días ― sinceridad para definir las líneas de su política de inmigración… [ ]
… Formulamos esta petición en el nombre de los intereses superiores de la colectividad, que están por encima de los sentimentalismos y el criterio personal y partidista de nuestros cónsules. Esos intereses están vitalmente amenazados por la inminencia de la venida de miles de ex combatientes españoles, que ingresarán al país en circunstancias bien dolorosas para los obreros chilenos, cuya situación de miseria se refleja en las progresivas cifras de cesantía, y en el constante llamado que formulan las entidades encargadas de buscar trabajo al gran número de cesantes…[ ]
… Es una penetración constante que no tiene límites, que no se encuentra dentro de las restricciones tan pregonadas por el Gobierno y que viene en busca de asilo y, más que todo, de ocupación a un país, en el cual los nacionales deben luchar ásperamente por conquistar un pan que no abunda y conseguir un trabajo que cada día escasea más».
En el Congreso de Diputados, la polémica estaba a la orden del día. Así, el diputado don Rafael Irarrazával afirmaba:
«― Yo no pretendo negar a nadie el derecho a mirar con regocijo la llegada de inmigrantes a Chile. Pero la verdad es que parece lo lógico que siendo la inmigración ― si se hace de forma inteligente ― conveniente para los intereses del país, sean todos los chilenos los que miren con agrado esa llegada… [ ]… Chile tiene en la cesantía un verdadero problema, del cual a cada instante se nos habla en la Cámara y al cual en cada oportunidad se refieren nuestros hombres de Gobierno. Y si no podemos solucionar la situación existente no parece juicioso contribuir a hacerla más difícil todavía…[ ]… Nuestras legaciones y consulados se están convirtiendo en verdaderas empresas destinadas a facilitar el transporte a destajo a elementos que no pueden volver a España, que no aceptan los Estados Unidos, Méjico ni Cuba, lo que merece condenarse con energía…[ ]…
Por otra parte otro diputado, el señor Chamudes, contestaba:
― El señor Irarrazával sacrifica el espíritu cristiano con el cual él debiera ser consecuente en aras del afán politiquero de las derechas, de llevar a la opinión política chilena más y más motivos de injustificada alarma… [ ]… Es francamente extraño que este señor plantee en la forma que lo ha hecho este debate. Él dice que este país necesita inmigración extranjera. La historia de nuestra República demuestra lo útiles que han sido los elementos extranjeros que hasta nuestras tierras han llegado. Es por lo demás absolutamente falso que los inmigrantes españoles tengan las condiciones morales que les atribuye, teniendo incluso la osadía de afirmar que muchos de ellos son elementos acusados de delitos comunes… [ ] …»
A pesar de los Irarrazával de turno, y gracias al empeño de personas como Pablo Neruda y el entonces presidente de Chile Pedro Aguirre Cerda, varios miles de españoles arribaron a Valparaíso, gritando un ¡Viva Chile! que saludaba a la nueva patria. Dos años más tarde, el presidente recibió a una delegación de refugiados españoles, en el Palacio de la Moneda, y ya dijo: “Ojalá que cada dos años llegara a Chile un Winnipeg”.
Y es que, transcurridos los años, como el autor indica, “resulta evidente que esta inmigración aportó múltiples beneficios de todo orden a nuestro país”.
Como también resulta evidente que, a día de hoy, la inmigración en España está aportando beneficios innegables a nuestro país.
Beneficios que pueden cifrarse de muchas formas, y no solamente desde la óptica de la economía, aunque podemos empezar por describirlos en esta clave, porque desgraciadamente otros motivos pueden ser tachados de mero filantropismo o, como dicen nuestros herederos políticos del señor Irarrazával, de ese buenismo, palabra con la que intentan desprestigiar todo aquello a lo que se le pueda presumir una intención social que no sea la caridad.
En el año 2005, según la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, los inmigrantes aportaron 23.402 millones de euros a los fondos públicos, mientras que causaron un gasto al erario público de 18.618 millones. Esto supone un beneficio neto para nuestras arcas de 4.784 millones, un 0,5% del PIB, lo que constituye, ojo al dato, el 50% del superávit de las cuentas del Estado.
Gracias a la inmigración los españoles hemos visto incrementada nuestra renta per capita en 623 euros.
Más datos: según la Caixa de Catalunya, el trabajo de los inmigrantes constituye 3,2 puntos del crecimiento económico. Y ya que el crecimiento sostenido ha sido del 2,6%, si no fuera por la inmigración nuestra renta hubiera tenido un crecimiento negativo del 0,6%. Miguel Sebastián, ahora candidato a la Alcaldía de Madrid, y entonces director de la Oficina Económica del Presidente, afirmaba la necesidad de admitir doscientos mil inmigrantes cada año para asegurar para España un crecimiento sostenido del 3%.
Y para quienes piensan que no se integran adecuadamente en nuestra sociedad, decirles que los inmigrantes, el 9,3% de la sociedad en 2005, tuvieron una tasa de donación de órganos del 8,1%, a pesar de que tan sólo se benefician del 3,1 % de los que se realizan. ¿Demoledor, no? Quizás los que padezcan de esa enfermedad tan cargada de melancolía como es el buenismo, sean los inmigrantes hacia nosotros, y no lo contrario.
Porque en materia de inmigración hay que decir las cosas bien claras. Y hay que hacerlo porque es la principal preocupación de los españoles, y ya me gustaría que esa preocupación fuera por fomentarla, aunque sólo fuera mirando el propio beneficio. No ya que los inmigrantes sean de carne y hueso, alberguen sentimientos, esperanzas, proyectos, ilusiones, como cualquier otro ser humano, no. Basta que se interesen sólo por la pasta pura y dura.
La inmigración reglada ha sido extraordinariamente beneficiosa para España y la legalización que se realizó ha supuesto incontables ventajas para este país.
Pero también hay quien dice que entre los inmigrantes existe gente peligrosa, y que comete delitos. Y tienen razón, es verdad. Quién no ha oído hablar de las crueldades de los rumanos, por ejemplo, o los argelinos, los marroquíes, los ecuatorianos o los colombianos.
¿Saben quienes dicen esto que el 0,5% de los rumanos que viven en España han cometido algún delito? Y de los demás, pues señalar que dentro de los marroquíes son el 1% los delincuentes, el 2,5% de los argelinos o el 0,6% de los ecuatorianos, o el 0,5% de los colombianos. Además, el 80% de los musulmanes que viven en nuestro país dicen sentirse perfectamente integrados.
Y para el final queda el tema de la inmigración ilegal. El efecto llamada hacia España tiene bastante que ver con la fortaleza económica del país. Pero mucho más con las situaciones de injusticia que viven quienes habitan en los países empobrecidos. Hoy día el 20% de la población mundial consume el 80% de los recursos. La distribución más justa de la riqueza en el planeta está más relacionada con gestionar lo que nos sobra que con intentar atender lo que a ellos les falta.
La cooperación al desarrollo debe cambiar su proyección e insistir aún más en que la solución a la pobreza tiene que ver con la actitud del primer mundo más que la del tercero.
Hacer murallas en la frontera mexicana de Estados Unidos, si no la hacen tan bella como la china, ni siquiera constituirá una atracción turística para los siglos venideros, y se quedará tan sólo en lo que es: una auténtica vergüenza para la especie humana.
Blindar el estrecho de Gibraltar con técnicas más sofisticadas no deja de ser otra vergüenza para la humanidad, aunque más apropiadas por su disimulo, a la doble moral europea, ésa que aparece cuando nos sentimos débiles e incapaces de dar soluciones valientes a los problemas.
La globalización debe dejar de constituir una mera ampliación del mercado para el poderoso y una imposición de sus reglas al débil. Mientras no sintamos que los problemas que hacen que alguien decida subirse en un cayuco a cualquier precio, y arriesgar su vida, son nuestros propios problemas, ni solucionaremos nada, ni los ricos estaremos a salvo.
Porque, como dice una colega guatemalteca, nuestros países están llenos de gente paralizada de miedo, con la cabeza puesta en dar el salto pero sin atreverse aún a hacerlo. Y el día en que se sacudan ese miedo, nada ni nadie los va a parar.
Señores Irarrazával del mundo, incluidos en todas las tendencias políticas y religiosas, aunque en unas más que en otras: dejen de parchear. La solución no va a ser ni fácil ni inmediata. Pero eso no nos puede impedir avanzar.

http://www.manuelmachuca.com/

Qué orgullo el mío cuando
palpitaba
el navío
y tragaba
más y más hombres, cuando
llegaban las mujeres
separadas
del hermano, del hijo, del amor,
hasta el minuto mismo
en que
yo
los reunía,
y el sol caía sobre el mar
y sobre
aquellos
seres desamparados
que entre lágrimas locas,
entrecortados nombres,
besos con gusto a sal,
sollozos que se ahogaban,
ojos que desde el fuego sólo aquí se
encontraron;
de nuevo aquí nacieron
resurrectos,
vivientes,
y era la poesía la bandera
sobre tantas congojas,
la que desde el navío los llamaba
latiendo y acogiendo
los legados
de la descubridora
desdichada,
de la madre remota
que me otorgó la sangre y la palabra.

Pablo Neruda
Yo reúno

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