Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo. Esto
escribe Clarice Lispector en su libro “La hora de la estrella”. Reconozco que
cuando escuché esta frase me impactó. Es probable que en otro momento de mi
vida no me hubiera impresionado tanto. Pero este es un tiempo de reflexión, de
introspección íntima para tratar de saber si lo que he hecho hasta ahora para
ganarme la vida, es lo que quiero seguir haciendo.
No hay peso ni agobio en esta decisión. No hay más
preocupación que la de pensar cómo puedo
ser más útil; cómo puedo ser más feliz y hacer más feliz a los demás; cuál debe
ser mi lugar para que, cuando llegue el día de la partida, pueda sentirme
satisfecho de mi pequeña aportación al mundo.
Cuando tecleo estas frases lo hago desde un lugar cómodo. La
situación económica es bastante mala, pero para mí nunca ha sido buena. Está
claro que es peor, pero no vamos a llorar más de la cuenta. Con las
tragedias que se están viendo no sería ético.
He llegado muy alto a nivel profesional. Me siento querido y
respetado. He disfrutado de mi trabajo y de muchas personas que he conocido. He
tenido mis dificultades, que me han hecho crecer y también me han demostrado
mis límites.
Pero soy una persona inquieta, y mi profesión no me permite
avanzar. Por momentos siento que lo que pudiera haber aportado, lo he hecho ya.
Quizás sea la hora de que otros tiren del carro y lo lleven al lugar que debe
estar.
Los pacientes necesitan servicios de gestión integral de la
farmacoterapia, para mejorar los resultados de los medicamentos y evitar seguir
exponiéndolos a riesgos innecesarios y evitables.
Los médicos necesitan ayuda para manejar una farmacoterapia
cada día más compleja, que se les escapa de las manos, en perjuicio del sistema
sanitario, de ellos mismos y, lo que es más doloroso, de los pacientes.
El sistema sanitario público se desangra, entre otras cosas
porque el recurso terapéutico más económico para dar salud, es ineficiente. El
sistema es estrecho de miras, conservador y poco abierto a innovaciones que no
vengan de los de siempre. Los dirigentes están tan llenos de desconocimiento
como de prejuicios hacia los que quieren colaborar pero no les dejan por estar
fuera.
Los farmacéuticos están en cuidados paliativos como
profesión, por no ser más valientes a la hora de afrontar los desafíos del
futuro, por miedo a perder los restos del naufragio.
Suena el despertador. Me desperezo. Hay que ducharse,
preparar el desayuno y estar listo para una nueva jornada de trabajo. Toca ver
pacientes. Luego, escribiré. Escribo porque tengo mucho que hacer en el mundo.