Por una parte me gustaría, pero por otra parte no me atrevo. Incluso no estoy realmente seguro de que eso sea bueno. Bueno para mí, y bueno para ella también. No quiero ser egoísta en esto, porque nos jugamos mucho ambos, y no puedo pensar solo en mí. Nunca he sido así y no voy a empezar a cambiar ahora, a mis cuarenta y nueve años.
Es cierto que quizás a ella no le importaría, hasta puede que lo desee. O que sea lo que más quiera en este momento, pero hay que tener en cuenta las consecuencias que de eso se pueda derivar. Porque no podemos pensar que vivir el momento después no sea algo que paguemos luego. Y es un alto precio el que podemos pagar. ¡Ambos! ¡Sí, sí, ambos! Esto hay que tenerlo bien claro. Y por eso, prefiero dar otra vuelta antes de sacar el tema. Esperar a ver si se me ocurre otra alternativa, otra posibilidad. Porque ya me dijeron en el curso de autoestima, que a veces nos obsesionamos con una única solución posible, y casi todo puede tener varias posibilidades a escoger.
Y claro que sé que tengo varias posibilidades. Algunas mejores y otras no tanto. Pero todas tienen sus consecuencias, y a mi lo que me preocupan de verdad son las consecuencias. Si no fuera por eso, ya habría tomado la decisión.
Voy a tirar por la calle de la derecha, que es más fresquita, a ver si se me aclaran un poco las ideas. ¡Dios mío! Ahí está ella. Imposible darme la vuelta ahora.
― Paco, ¿qué haces por aquí? Con lo delicado que eres de la garganta, te vas a resfriar. Y luego te quejas. Anda…anda, que te voy a apretar bien la bufanda. Ganas me dan de apretarte de verdad, Paquito.
Me la está anudando al cuello. Esas maravillosas manos que tanto me gustaban. Esas uñas, cuidadamente pintadas siempre. Y largas, siempre largas. Nunca le importaron las modas. Tan solo el año pasado, cuando cumplió cuarenta y cinco, se las pintó con florecitas. Pero se sintió tan ridícula, que pronto dejó ese afán por sentirse más joven.
Algo que por otra parte, tiene sus ventajas, porque también me daba juego. En la cama, se entiende. Pero también es cierto que a mí eso me atosigaba un poco. Porque a un hombre como yo, lo que de verdad le va es llevar el mando. En esto, en la tele y en todo. Y en esos momentos, me sentía algo cohibido, como a la defensiva. Lo que tampoco está mal, qué caray. Porque también es cierto que en eso del sexo la variedad, la sorpresa, son excitantes. Y a mí, que me cuesta trabajo decidirme, pues siempre me facilitaba las cosas.
Quizás sea por aquello que confía tanto en mí, y nunca le molestó, al menos últimamente, que fuese a esas comidas de empresa y reuniones de negocio a las que he asistido en estos años. Aunque solo fuera para tomar notas de lo que decía mi jefe, porque a mí, la verdad sea dicha, me cuesta un poco elegir. Bueno, unas veces sí y otras no, porque cuando hay que tomar alguna, se toma. Y si no, para eso siempre ha estado Virginia.
Pero ahora tengo que decidir solo. Ahora no hay Virginia que valga. No sé qué pensará de mi cuándo se entere. Probablemente se enterará de todo nada más que se lo diga. Y atará cabos, y verá que todo se originó al darme tanta libertad para asistir a esas comidas de trabajo.
― Virginia, cariño. Tengo que hacer unas cosas, ¿nos vemos luego en la frutería?
― Como quieras, Paco, pero abrígate, que no quiero que te resfríes.
― ¿Me esperas entonces por allí?
― Yo te espero siempre ― me contestó agarrándose a mi bufanda, y poniéndome la rodilla sobre mi sexo ―.
La que me espera esta noche. Dios santo, otro problema. Porque tiene ganas, lo sé, tiene ganas. Se ha delatado con eso que me ha hecho. Y yo sin decirle nada. ¿Seré cobarde?
Bueno, soy cobarde, lo reconozco, porque no le he dicho nada. Pero por otra parte, soy prudente, porque debo tener claro que lo que estoy pensando es definitivo. Sin vuelta atrás. Porque a ver quién se vuelve atrás después de haber tomado una decisión como esa. No podría cambiarla, y con las consecuencias de todo tipo que tendría. Y económicas también, por supuesto, porque todo lo hemos llevado a medias. No tenemos separación de bienes y todo lo hemos compartido siempre. Por tanto, lo que pase, tiene un precio y tendrá consecuencias sobre nuestra economía.
Pero creo que ha llegado mi momento. Hay que decidirse, lo sé. Y hay que hacerlo ya. Voy a por ella y nos presentamos en la frutería. Vamos a ver cómo se lo toma. Espero que bien, aunque por otra parte, también entendería que una sorpresa como esta le cueste trabajo asimilarla.
― Virginia, cariño. Aquí estoy.
― Paco, qué rápido has sido. ¿Y qué traes contigo? ― me preguntó señalándola sospechosa, por las transparencias que la envolvían, y que denotaban ese olor fresco que solo la tierna juventud puede desprender.
― Chanquetes, he comprado un kilo de chanquetes en la pescadería. Ya me decidí. Cuando quieras pasamos por caja. Ya está toda la compra hecha.
― Este es mi Paco. Verás como se los pongo yo esta noche a mi machote.
Sentí clavarse la uña del pulgar derecho sobre mi barbilla. Pero esta vez, el carrito del supermercado protegió mis partes pudendas. Virginia se hizo un “tomate” en la media en la intentona. Por cierto, ¿tendrá que comprarse otras?
Es cierto que quizás a ella no le importaría, hasta puede que lo desee. O que sea lo que más quiera en este momento, pero hay que tener en cuenta las consecuencias que de eso se pueda derivar. Porque no podemos pensar que vivir el momento después no sea algo que paguemos luego. Y es un alto precio el que podemos pagar. ¡Ambos! ¡Sí, sí, ambos! Esto hay que tenerlo bien claro. Y por eso, prefiero dar otra vuelta antes de sacar el tema. Esperar a ver si se me ocurre otra alternativa, otra posibilidad. Porque ya me dijeron en el curso de autoestima, que a veces nos obsesionamos con una única solución posible, y casi todo puede tener varias posibilidades a escoger.
Y claro que sé que tengo varias posibilidades. Algunas mejores y otras no tanto. Pero todas tienen sus consecuencias, y a mi lo que me preocupan de verdad son las consecuencias. Si no fuera por eso, ya habría tomado la decisión.
Voy a tirar por la calle de la derecha, que es más fresquita, a ver si se me aclaran un poco las ideas. ¡Dios mío! Ahí está ella. Imposible darme la vuelta ahora.
― Paco, ¿qué haces por aquí? Con lo delicado que eres de la garganta, te vas a resfriar. Y luego te quejas. Anda…anda, que te voy a apretar bien la bufanda. Ganas me dan de apretarte de verdad, Paquito.
Me la está anudando al cuello. Esas maravillosas manos que tanto me gustaban. Esas uñas, cuidadamente pintadas siempre. Y largas, siempre largas. Nunca le importaron las modas. Tan solo el año pasado, cuando cumplió cuarenta y cinco, se las pintó con florecitas. Pero se sintió tan ridícula, que pronto dejó ese afán por sentirse más joven.
Algo que por otra parte, tiene sus ventajas, porque también me daba juego. En la cama, se entiende. Pero también es cierto que a mí eso me atosigaba un poco. Porque a un hombre como yo, lo que de verdad le va es llevar el mando. En esto, en la tele y en todo. Y en esos momentos, me sentía algo cohibido, como a la defensiva. Lo que tampoco está mal, qué caray. Porque también es cierto que en eso del sexo la variedad, la sorpresa, son excitantes. Y a mí, que me cuesta trabajo decidirme, pues siempre me facilitaba las cosas.
Quizás sea por aquello que confía tanto en mí, y nunca le molestó, al menos últimamente, que fuese a esas comidas de empresa y reuniones de negocio a las que he asistido en estos años. Aunque solo fuera para tomar notas de lo que decía mi jefe, porque a mí, la verdad sea dicha, me cuesta un poco elegir. Bueno, unas veces sí y otras no, porque cuando hay que tomar alguna, se toma. Y si no, para eso siempre ha estado Virginia.
Pero ahora tengo que decidir solo. Ahora no hay Virginia que valga. No sé qué pensará de mi cuándo se entere. Probablemente se enterará de todo nada más que se lo diga. Y atará cabos, y verá que todo se originó al darme tanta libertad para asistir a esas comidas de trabajo.
― Virginia, cariño. Tengo que hacer unas cosas, ¿nos vemos luego en la frutería?
― Como quieras, Paco, pero abrígate, que no quiero que te resfríes.
― ¿Me esperas entonces por allí?
― Yo te espero siempre ― me contestó agarrándose a mi bufanda, y poniéndome la rodilla sobre mi sexo ―.
La que me espera esta noche. Dios santo, otro problema. Porque tiene ganas, lo sé, tiene ganas. Se ha delatado con eso que me ha hecho. Y yo sin decirle nada. ¿Seré cobarde?
Bueno, soy cobarde, lo reconozco, porque no le he dicho nada. Pero por otra parte, soy prudente, porque debo tener claro que lo que estoy pensando es definitivo. Sin vuelta atrás. Porque a ver quién se vuelve atrás después de haber tomado una decisión como esa. No podría cambiarla, y con las consecuencias de todo tipo que tendría. Y económicas también, por supuesto, porque todo lo hemos llevado a medias. No tenemos separación de bienes y todo lo hemos compartido siempre. Por tanto, lo que pase, tiene un precio y tendrá consecuencias sobre nuestra economía.
Pero creo que ha llegado mi momento. Hay que decidirse, lo sé. Y hay que hacerlo ya. Voy a por ella y nos presentamos en la frutería. Vamos a ver cómo se lo toma. Espero que bien, aunque por otra parte, también entendería que una sorpresa como esta le cueste trabajo asimilarla.
― Virginia, cariño. Aquí estoy.
― Paco, qué rápido has sido. ¿Y qué traes contigo? ― me preguntó señalándola sospechosa, por las transparencias que la envolvían, y que denotaban ese olor fresco que solo la tierna juventud puede desprender.
― Chanquetes, he comprado un kilo de chanquetes en la pescadería. Ya me decidí. Cuando quieras pasamos por caja. Ya está toda la compra hecha.
― Este es mi Paco. Verás como se los pongo yo esta noche a mi machote.
Sentí clavarse la uña del pulgar derecho sobre mi barbilla. Pero esta vez, el carrito del supermercado protegió mis partes pudendas. Virginia se hizo un “tomate” en la media en la intentona. Por cierto, ¿tendrá que comprarse otras?